miércoles, 5 de mayo de 2010

EN EL TEMPLO DE SENSOJI



Recuerdo que salí a la luz después de más de diez paradas de metro. Estaba en el barrio de Asakusa, el día lluvioso. Miré a mi alrededor en aquel cruce de calles sin nombre. Buscaba el Templo Sensoji, y no se avistaba el menor indicio de hacia que punto cardinal debía dirigirme. Le pregunté al primer transeúnte que pasó por mi lado. Era un chico joven de ojos rasgado, pelo negro, con el flequillo peinado hacia arriba liso y fino. Llevaba gafas de montura negra y me sonrió amablemente. Al mostrarle en el mapa el nombre del templo volvió a sonreír ahora más complacido, él sí sabía donde estaba y con pocas palabras, todas en inglés, me indicó que le siguiera. Cruzamos dos calles y de pronto me encontré ante un gran mercado de productos típicos japoneses. Numerosos turistas, como yo, deambulaban entre las casetas. Incontables farolillos blancos pendían de lo alto, así como ramas de cerezos en flor. Estábamos en primavera, en plena floración de ese árbol, símbolo de Japón. Avancé por aquel pasillo animada por el entusiasmo de lo pintoresco y desconocido, hasta alcanzar la puerta de entrada al Templo. Numerosos visitantes se acercaban a la reja para contemplar el altar. El joven simpático y amable que me había guiado hasta allí, seguía conmigo. En un cajón de madera, parecido a un arca con rejas, y siguiendo sus indicaciones, eché unas monedas, luego de una especie de cilindro hueco, y tras sacudirlo varias veces, saqué un palillo redondo y fino escrito con caracteres japoneses, imposibles de descifrar para mí. Este palillo me condujo a unos pequeños anaqueles donde en cada espacio había una hoja escrita, el joven escogió la que me había correspondido. Por suerte estaba escrita en japonés y también en inglés, así pude leer que había tenido buena suerte, pues a mi regreso a España, encontraría a la persona soñada. No sé qué pensar, pero ya han pasado muchos días y aún la estoy esperando. Me encuentro como en ese cruce de calles sin nombre y no sé hacia qué horizonte dirigirme.


Manuela Maciá