miércoles, 21 de diciembre de 2011

NATURALEZA







Subida hacia Wengen (Suiza) 18.12.2011



Wilderwil (Suiza) 19.12.2011




Con suavidad el tren inicia su marcha. Las nubes forman anillos alrededor de las montañas. Entrelazan sus largos dedos con los árboles en un gesto amoroso. Son nubes juguetonas, inquietas. Vienen, se van, vuelven, parece que se han ido y de pronto aparecen. Es como un rito de quehaceres cotidianos, pero imprevistos.

A veces las nubes se lanzan por las laderas como por un tobogán para luego, en un impulso, elevarse y perderse tras la cumbre. Un águila, en lo alto, juega al escondite con ellas. El tren avanza entre un bosque de abetos, junto al río que sigue su curso sin que nada lo detenga.

De pronto el tren suaviza su marcha y veo, en un pequeño corral, a seis ocas que baten las alas, imagino que ateridas de frío, cerca de ellas tres coloridas gallinas se arrebujan unas con las otras.

Pequeños bosques de hoja caduca alfombran la hierba, es como si esta se hubiese teñido, a tramos, de color caoba. Los colores en su libre albedrío se entretejen unos con otros.

El agua fluye por los rincones más inesperados. Es todo tan bello. Estrechos cañones donde solo el tren tiene cabida. Retazos de valle con lunares de casas solitarias.
Sube, sube el tren y poco a poco el blanco nos envuelve como un manto impoluto. Los copos de nieve terminan su camino en los cristales del vagón y desaparecen.

La realidad supera a la ficción. Siempre se ha dicho así, es una frase muy recurrente. Pero ¿acaso la realidad no va unida a las emociones que en cada uno provoca la belleza que la naturaleza ofrece? ¿Todos la percibimos igual? Hay una canción que dice: “Vivo por ella que me da…”, y se refiere a la música. Yo siento que vivo por ella y me refiero a la naturaleza.

Sí, vivo por ella porque despierta en mí la ilusión de asomar a un nuevo día, porque ella es el único refugio donde puedo y quiero guarecerme. Porque ella me sorprende y atrapa, me enamora y estremece y es capaz de provocar en mí todas las emociones que el ser humano puede sentir. Porque ella nunca te abandona.

Manuela Maciá

lunes, 12 de diciembre de 2011

LOS PUPITRES DE LA MEMORIA


Hay un tupido velo que derrota a la memoria, como un guerrero del mal. Hay indecisiones de recuerdos o sueños mentirosos de un pupitre deseado que nunca alcancé.
Mi primera escuela no tenía pupitres, sino sillas enanas con asiento de anea donde aprendí el abecedario.
En mi memoria hay lugares dudosos, sin firmeza, que no marcan un destino. Una fotografía con mochitos y lazos de colores, ante una mesa con una muñeca de porcelana, la Enciclopedia Álvarez, el tintero con la pluma y un globo terráqueo donde España está a la cola de Europa y parece minúscula ante el continente Africano.
Después de recibir el Santo Sacramento de la primera comunión, mi aula es un taller de costura y mi pupitre una silla de madera pulida. Mis asignaturas: sobrehilado, ensanche, punto atrás y de cruz, afianzar botones… Los trabajos extraescolares hacer los recados: un litro de petróleo racionado, tras esperar en una larga cola, un par de kilos de carbón, y en la mano la cartilla con los cupones de racionamiento.
Ya en la adolescencia y ante la realidad de la ignorancia, recorrí los pupitres de academias nocturnas donde ocupé espacios imprecisos, lugares no fijados, anodinos, en los que el abandono y la soledad están presentes como una letanía.
Hubo un tiempo de silencio, un crecimiento pausado lejos de los pupitres, sola ante las asignaturas de la vida. Más tarde un vagar por conferencias, talleres, oradores, mensajeros de la palabra, en los que ocupo siempre los últimos lugares de la sala dominada por el afán inconsciente del anonimato que la timidez me imponía, agredida por el verdugo del miedo.
Ahora la inocencia no me confunde. Los pupitres, las sillas de estudio se han convertido en un objeto que no condiciona mi ánimo, ni lo trastorna con valores desproporcionados.
Descubro, con certeza provisional, que es cuestión de actitud y que el lugar que ocupé en el aula, es más un sentimiento manejable que un espacio concretado con síntomas de castigo.
El deseo frustrado de las primeras filas ha muerto y he aprendido que la proximidad alimenta la bruma y que esta entorpece el horizonte de mira.

Manuela Maciá