lunes, 12 de diciembre de 2011

LOS PUPITRES DE LA MEMORIA


Hay un tupido velo que derrota a la memoria, como un guerrero del mal. Hay indecisiones de recuerdos o sueños mentirosos de un pupitre deseado que nunca alcancé.
Mi primera escuela no tenía pupitres, sino sillas enanas con asiento de anea donde aprendí el abecedario.
En mi memoria hay lugares dudosos, sin firmeza, que no marcan un destino. Una fotografía con mochitos y lazos de colores, ante una mesa con una muñeca de porcelana, la Enciclopedia Álvarez, el tintero con la pluma y un globo terráqueo donde España está a la cola de Europa y parece minúscula ante el continente Africano.
Después de recibir el Santo Sacramento de la primera comunión, mi aula es un taller de costura y mi pupitre una silla de madera pulida. Mis asignaturas: sobrehilado, ensanche, punto atrás y de cruz, afianzar botones… Los trabajos extraescolares hacer los recados: un litro de petróleo racionado, tras esperar en una larga cola, un par de kilos de carbón, y en la mano la cartilla con los cupones de racionamiento.
Ya en la adolescencia y ante la realidad de la ignorancia, recorrí los pupitres de academias nocturnas donde ocupé espacios imprecisos, lugares no fijados, anodinos, en los que el abandono y la soledad están presentes como una letanía.
Hubo un tiempo de silencio, un crecimiento pausado lejos de los pupitres, sola ante las asignaturas de la vida. Más tarde un vagar por conferencias, talleres, oradores, mensajeros de la palabra, en los que ocupo siempre los últimos lugares de la sala dominada por el afán inconsciente del anonimato que la timidez me imponía, agredida por el verdugo del miedo.
Ahora la inocencia no me confunde. Los pupitres, las sillas de estudio se han convertido en un objeto que no condiciona mi ánimo, ni lo trastorna con valores desproporcionados.
Descubro, con certeza provisional, que es cuestión de actitud y que el lugar que ocupé en el aula, es más un sentimiento manejable que un espacio concretado con síntomas de castigo.
El deseo frustrado de las primeras filas ha muerto y he aprendido que la proximidad alimenta la bruma y que esta entorpece el horizonte de mira.

Manuela Maciá

3 comentarios:

Conxa Ruiz Jover dijo...

Manuela, queremos que sepas que estamos muuuy orgullosos de tí! Un abrazo muy fuerte. Conxa.

Maribel Romero dijo...

Manuela, me ha encantado este texto, rezuma nostalgia. Es muy bello.

Un abrazo.

Manuela Maciá dijo...

Gracias Chicas. Fue un trabajo que hice en el curso de verano de Santander con Juan josé Millas. Nos dijo que escribieramos algo sobre nuestro primer pupitre.