martes, 13 de julio de 2021



 
MI QUERIDA MARILYN

A veces tengo la pretenciosa idea de que me gustaría reinventar el mundo, yo que no sé cómo vivir el día a día. Todo menos admitir que la que debería cambiar soy yo, pero es tan complicado, siempre resulta más fácil empeñarse en cambiar lo de fuera y permitirnos seguir siendo lo que somos. Qué poco nos gusta reconocer la culpa, nuestros errores, nuestras torpezas aunque sean involuntarias, es tan cómodo ponerlo en los demás… Así nos lavamos las manos cual Pilatos. Y así nos quedamos enganchados en una especie de Zigzag, en el ir y venir del columpio, con el deseo de que siempre haya una mano que lo impulse para que no pare.

          Y así andaba con estas idas y vueltas cuando ayer leí una carta de amor que un amigo le había escrito a una mujer imaginaria, apoyado en la imagen subyugadora de una fotografía de Marilyn Monroe. Esa mujer que tantos apetitos despertó en los hombres, y en algunas mujeres, cuando soñaban parecerse a ella. Nació el 1 de junio de 1926 y murió el 4 de agosto de 1962, tenía 36 años cuando nos dejó. Yo era una adolescente y recuerdo vagamente la noticia escuchada a través de la radio (en casa aún no teníamos televisión), y también la leí en la portada de los periódicos colgados en los quioscos.

Confieso que fue muchos años después cuando empecé a mirarla de otra manera, a reconocerla, a interesarme por ella como persona. Su vida, y su trágica muerte, se han contado de mil maneras y se seguirán contando porque ella ya es un mito imborrable de la historia. El primer chispazo de interés y curiosidad surgió a partir de un ciclo de sus películas en la TV. Luego en un reportaje biográfico que vi repetido una o dos veces. Creo que no sabría explicar por qué mi mente sufrió aquel cambio, por qué dejé de escuchar lo que me estaban contando para pasar a leer más allá de sus ojos, su sonrisa, sus gestos, sus muecas forzadas, los movimientos de su cuerpo, esos vestido ceñidos que resaltaban su explosiva figura, ese escote siempre bello, evocativo, esa boca sensual donde cualquier color de carmín la embellecía…

Podría enumerar, con una gran carga de adjetivos, todo lo resaltable en ella, pero todo eso pasó a un segundo plano porque lo que me impactó, lo que yo creí descubrir, al otro lado de todo eso, fue su tristeza, una tristeza escondida entre las costuras de la exuberancia.

Tenía hombres a su alrededor locos por ella, pero ella vivía aferrada a la soledad. Sin duda la amaron, pero nunca como ella deseó ser amada, desde el interior de su piel. La descubrí tímida, silenciosa, y vi en lo más oculto de sus ojos, una llama encendida de esperanza, una llama que el desencanto, la impotencia y la frustración se encargaron de apagar hasta convertirla en desolación.

Y fue ayer, como decía, al leer esa carta cuando de pronto me dije que me gustaría hablar con ella, sentarnos, una frente a la otra, como dos buenas amigas, y preguntarle si esa tristeza, esa soledad, ese abandono en el que la imagino son ciertos. Le preguntaría cuántos mundos quiso reinventarse y nunca pudo. Le pediría que me dijera en qué cuneta del camino quedaron vencidas sus ilusiones, sus sueños. Qué sentía cuando exhibía su cuerpo, como un objeto de deseo y cientos de miradas lascivas llegaban hasta ella como garras dispuestas a destruirla. Le preguntaría que si en la mirada de alguno de aquellos hombres, impregnada de ese ansia voraz de poseer su cuerpo, si en alguna de ellas descubrió que, lejos de estar atrapada a sus marcadas curvas, o en su atrayente escote, ésta fue más allá, al otro lado de su aparente fachada, porque eso significaría que por fin habría descubierto a esa otra Marilyn que esperaba en su estancia de niña soñadora que todos llevamos dentro.

Quién sabe si ella quiso ser lo que nunca fue como yo a veces quiero ser lo que nunca he sido, como cualquier mortal con fantasías silenciadas. Y que tal vez todas estas inquietudes nunca las confesó a nadie, porque a pesar de estar rodeada de mucha gente estaba sola y nadie la hubiese escuchado. Ella fue fatídica víctima del baladí instinto de poseer su cuerpo, su belleza, su atractivo, pero jamás pensaron en lo que sentía su corazón, ni comprendieron su dolor, ni advirtieron su miedo, como tampoco le preguntaron por sus sueños.

Demasiado mundo falso a tú alrededor, pura postura, ¿verdad? Demasiadas mentiras, exceso de morbo incontrolable, y tú ahí, en el núcleo del tornado, sin poder defenderte… No pudiste seguir ¿verdad? ¿No confiabas en el destino? ¿Por eso elegiste el camino más fácil? No, perdona, no creo que lo fuese, quizás fue cansancio, sí, te cansaste de esperar y el mundo se volvió oscuro a tu alrededor.

Ahora la que está triste soy yo, y siento una ternura infinita hacia ti y me gustaría consolarte, como a una buena amiga, por tanto agravio estúpido. ¿Sabes?, en este instante ya no me apetece reinventar el mundo, voy a colgar mi presuntuosa aspiración de una percha, como un olvido. Prefiero dialogar contigo, mi querida Marilyn, escuchar tu historia, aprender de ti, desearte que allí donde estés, hayas encontrado tus sueños olvidados, les hayas quitado el polvo del tiempo y por fin sean una realidad.

 Manuela Maciá


miércoles, 30 de junio de 2021

 



                    Detrás de las cosas o con las cosas mismas

        siempre hay un latido de geometría que domina.

 Es el atrayente jugo del destino.

Un sabor de arquitectura que proyecta,

que se bebe con los ojos cerrados.

 Elixir de sensaciones donde explosiona la dicha.

Y así el cuerpo se expande y cristaliza.

 

Mil pedazos transitan, construyen puertos salvajes de resurrección.

 

Quedarse en el instante cúspide del abrazo.

Allí, en lo más alto, dónde nada desciende,

con ese vértigo paraíso del que no deseas regresar.


Aprender a atrapar la embriaguez del estallido,

tatuarlo con el aliento que sale de dentro de la boca.

Soñar eternidad sin vacío, sin estanterías de archivo.

 

Despacio, despacio, no corras

gritan voces a lo lejos.

Ecos que nacen donde la sensualidad se derrama

como la lava del volcán que se alarga por sus laderas.

 

Un escalofrío arde indefinido

se columpia en la frivolidad de lo impensable,

ausente de la responsabilidad de lo perfecto...

 

La propuesta inesperada de la vida...


Manuela Maciá





miércoles, 9 de junio de 2021

EL SECRETO

El inquieto bolígrafo rodó por el suelo,

descuidado había caído de la mano que lo sostuvo,

como si ésta, de pronto, lo hubiese olvidado.

Una mano de dedos largos, huesudos, delicados,

que lo apretó impaciente por escribir la cadena

de palabras que se fueron imprimiendo en el papel.

Un papel que de ser blanco e inmaculado se

convirtió en portador de un secreto.

El secreto que había mantenido guardado la mente,

dueña de la mano que sostuvo el bolígrafo

que ahora rodaba por la escalera,

movido por la inercia.

La pereza al fin lo detuvo, y allí quedó,

en el descansillo del olvido,

quizás a la espera de un nuevo secreto por contar.


Manuela Maciá

 


 

miércoles, 2 de junio de 2021

CENIZAS


         No sé si os pasa, pero yo nunca he podido evitar que la ceniza se escape del cenicero y vuele hasta la mesa o sobre ese mueble lleno de fotografías de toda la familia. El caso es que procuro que no ocurra, pero sin éxito. Es como un destino circular del que no puedes escapar. Intenté explicárselo a mi mujer, nunca quiso comprenderlo, no tenía la menor voluntad de ponerse en mi lugar, aludía a que eran justificaciones tontas, excusas baratas de vago incurable. Tuve que dejarla marchar. Al principio lo pasé mal, añoraba sus regañinas, sus gritos, ese rosario de insultos que le salían de carrerilla... A todo se acostumbra uno, la verdad. El problema es que ahora la ceniza ha ocupado espacios, ha conseguido una notable altura y me cubre hasta el cuello. Y aquí estoy a la espera, preguntándome qué pasará cuando alcance mi boca, la nariz, y no pueda respirar. 


Manuela Maciá

lunes, 24 de mayo de 2021


 COSAS QUE PASAN Y NO LAS ESPERAS


            Yo no tenía que estar aquí, en esta habitación de un hotel de cinco estrellas, tendida en una cama de dos por dos, desnuda bajo las sábanas y con un hombre que, de un momento a otro, empezará a besarme. Lo hará en cuanto bebamos un poco de champán de las copas que mantenemos en nuestras manos y que acabamos de chocar con un chin chin lleno de mensajes insinuantes y lascivos.

            A estas horas yo tendría que estar en mi casa, echada en el sofá, con un tedioso pijama y ante el televisor. A mí estas cosas sólo me sucedían en los sueños. Esos que una se atreve a proyectar, a imaginar desde la tranquilidad de no correr el menor peligro. Pero esto no es lo mismo, aquí tiemblo y me tambaleo como si caminara de puntillas sobre una estrecha tabla, y a ambos lados el abismo.

            El otro día salía del supermercado y en vez de tomar el camino de regreso a mi casa por la izquierda, como es mi costumbre, sin darme cuenta tomé el de la derecha. En ese momento me tropecé con Marina. Una amiga de la infancia a la que hacía mucho tiempo que no veía. Ella es pintora, una buena pintora y siempre anda muy ocupada, su mundo es otro muy diferente al mío. Después de preguntarnos por la familia, lo hice por sus cuadros. Entonces me dijo que casi podía decir que vivía de ellos. Precisamente mañana me voy a un encuentro de artistas donde expongo mis últimos trabajos, dijo, y entonces añadió ¿por qué no te vienes conmigo?, seguro que te lo pasarás muy bien, La miré sorprendida. ¿Qué pintaba yo en un encuentro de artistas cuando ni tan siquiera sé hacer un dibujo decente? Te lo digo muy en serio, insistió ante mi cara de asombro, hace tanto tiempo que no pasamos un rato juntas. Me gustaría recordar nuestra infancia, hablar de aquellos tiempos… Mañana a las ocho te recojo en tu casa, calcula equipaje para tres o cuatro días, nunca se sabe.

            A las ocho en punto estaba en la puerta de mi casa esperándola, sorprendida de mi misma. Y la verdad sigo sin salir de mi asombro. Este hombre que tengo tan cerca y que ahora acaricia mi piel como si tuviera que hacer un relato de ella, es mucho más joven que yo y tremendamente atractivo. Y aunque no he dejado de repetirme ni un solo segundo, que en él solo hay el sentimiento de una aventura pasajera. Sigo pasmada por el hecho de que me haya elegido a mí... Sin duda un psicólogo valoraría esto como nula autoestima.

Desde hace algún tiempo mi vida amorosa se alimenta de la fantasía y la imaginación libre. Me parapeté tras las trincheras después de sufrir numerosos ataques de los que no supe defenderme. Esta es una actitud que decidimos muchas mujeres, cuando llega ese tramo de nuestra vida en el que nos convertimos en invisibles. Invisible igual a indiferencia absoluta por parte del hombre que tienes frente a ti.

            Cuando Marina me presentó a Álvaro, como es natural, yo me lancé a dar ese par de besos rutinario que en realidad no llega a ser beso, pues lo que haces es juntar ambas mejillas y para eso te ves obligada a estirar mucho el cuello en un gesto que acaba siendo forzado. La sorpresa para mí fue que él sí me besó y al sentir sus labios cálidos sobre mi piel de pronto me invadió un olvidado escalofrío. Dentro de mí cientos de caballos, dormidos, comenzaron a galopar por cada palmo de mi piel. Y ahí siguen a su libre albedrio, sin que por mi parte haya la más mínima intención de tirar de las riendas para detenerlos.

            Álvaro es escultor, bueno también pinta, pero ahora quiere vivir la faceta de la escultura. Según me ha explicado le provoca sensaciones y emociones nuevas el crear las formas, sus manos gozan cuando van al encuentro de la perfección del cuerpo. Y todo esto me lo dice mientras acaricia el mío y me susurra que hay algo en mí que no ha visto en otras mujeres hasta ahora. Y yo no dudo de que lo sienta así, ¿por qué habría de hacerlo? En realidad las cosas adquieren un punto de verdad si una se las cree y en estos momentos yo estoy dispuesta a creerme cuanto me diga.

Manuela Maciá

 

lunes, 17 de mayo de 2021

COMPLICIDAD
 

El otro día, un día cualquiera de los muchos que nos regala la vida, hablaba con una amiga de la alegría, el amor, la ansiedad, la apatía, el asombro, el cariño, los celos, el abandono, la culpa, el desamor, los sueños, el dolor, la envidia, el miedo, el olvido… en resumen, un largo etcétera de sentimientos y emociones de los que hicimos recuento para atribuirnos algunos. Parecíamos dos confiadas expertas en nuestra inteligente capacidad de análisis, pero la verdad, y en lo que a mí respecta, al final llegué al mismo punto de partida de siempre, o casi siempre, es decir que todo es muy relativo, y depende de la atalaya de donde se mire.

Nos cuestionamos tantas cosas que nos perdimos en un laberinto de inseguridades, de dudas… Fue algo así como dar vueltas subidas a una noria en la que si mirábamos hacia afuera el paisaje cambiaba constantemente, sin saber dónde estábamos ni a qué atenernos. Y así anduvimos un buen rato hasta que llegamos a la palabra complicidad. Fui yo quien la sacó a colación, impulsada por un brote de añoranza, porque me di cuenta de que llevaba tiempo sin usarla, sin vivirla, y menos aún sin sentir ese intercambio tan deseado y singular que lleva implícito. La verdad es que siempre he tenido claro su concepto, su significado, sin embargo hoy, mientras escribía lo ya dicho, me he tomado un pequeño descanso y he acudido a la RAE, reconozco que me he llevado una gran sorpresa a leer la definición que hace de esta palabra.

Complicidad: cualidad de cómplice.

Cómplice:

1 Que manifiesta o siente solidaridad o camaradería. “Un gesto cómplice”.

2 Participante o asociado en crimen o culpa imputable a dos o más personas.

3 Persona que sin ser autora de un delito o una falta coopera a su ejecución con actos anteriores o simultáneos.

La segunda y tercera acepción me quedan muy claras, no necesito más explicación, pero con la primera al leer: “Un gesto cómplice”, sinceramente me he quedado un poco desconsolada, es tan es escueto. Porque para mí la palabra complicidad encierra mucho más. Entonces, impaciente, me he puesto a bucear en los amplios mares de Internet y he encontrado varias explicaciones que se aproximan más a lo que en un tiempo pasado sentí y disfruté.

-Ser cómplice de alguien, dentro del contexto de las relaciones interpersonales, significa estar juntos física y mentalmente, entenderse y completarse mutuamente.

-Una “mirada cómplice” son como palabras escritas en el aire, en la que con sólo un cruce de pupilas, cada uno sabe lo que el otro piensa o quiere sin decir una palabra. Es conocerse en lo profundo, y el código es sólo de ellos dos…

-La complicidad es parte esencial de una amistad; se trata de un matiz de la unión entre dos seres vivos que implica un profundo conocimiento del otro, de sus necesidades, de sus gustos, de sus puntos débiles y de sus fortalezas…

            Confieso que ahora, después de haber leído todo esto y transcribirlo aquí, me siento algo más satisfecha, quizás porque he ratificado lo sentido, lo vivido, lo gozado... Así que, impulsada por un entusiasmo engañoso, he hecho una pequeña excursión por mis alrededores y después de vagar sin rumbo he regresado cabizbaja, triste, y con una pesada carga de nostalgia. La realidad se ha mostrado desnuda ante mí y me ha hecho ver que en este instante la palabra complicidad vive aletargada dentro de mí, inactiva, como una pieza de museo, escondida en ese baúl repleto de mi mundo de ayer. 

Manuela Maciá


lunes, 10 de mayo de 2021








DESDE EL SOMBRO

 

Los campos florecen. Hay verde lluvia, verde fuego,

verde luz, verde sombra, verde selva…, hijos del agua.

Las margaritas se cimbrean movidas por la suave brisa,

hay amapolas que se unen al milagro.

Las abejas buscan el mejor néctar en el Taray florido

zumban en un revoloteo caprichoso.

A lo lejos la garza blanca picotea semillas que roba a la tierra generosa.

Las primeras espigas del joven trigal prolongan horizonte,

dibujan un mar de olas que se ondula.

El incipiente fruto del granado se ofrece rojo carmín.

La flor del citrullus lanatus amarillea atractiva,

en pocos días la sandía crecerá al cobijo de sus hojas.

Las hojas del ficus carica, regadas por el sol,

resplandecen como espejos, mientras el higo dibuja formas matizadas.

Las palmeras bailan caprichosas, expanden olores,

anhelan vientos propicios para la fecundación feliz,

en la que el dulce polen del ramazo volará certero

hacia la vaina entreabierta que generosa le espera.

No voy a cerrar los ojos un solo instante,

no puedo perder el más mínimo gesto del milagro de la vida,

quiero perpetuarlo en la retina de mi memoria,

más allá del asombro agradecido.


Manuela Maciá


sábado, 1 de mayo de 2021


 

SIN MIRAR ATRÁS

          Su historia era como otras muchas historias de abandono. Por ello mirar o no mirar atrás, como la mujer de Lot, la hostigaba con esa urgencia estridente de sirena que vaticina dolor. La mujer que habitaba dentro de ella se había roto. Sus pedazos, esparcidos sobre un radio de incertidumbre, sollozaban. Desprenderse del pasado, para siempre, era un acto que aún no sabía cómo ejecutar.

            Cuando sientes que se han perdido todas las oportunidades, que no hay opción de cambio. Lo más fácil es abandonarse a la creencia de que el destino nos protege y es nuestro único refugio, la cuerda a la que nos agarramos cuando todo tiembla. Sin embargo, sumergida en esa oscuridad, surgieron resquicios de esperanza que le regaló el tiempo. Y hasta fue capaz de soñar que podía retomar el pasado. No fue así.

            Y llegó ese día en el que tuvo conciencia de su estupidez. Comprendió que él, el destino, era el director de la incertidumbre en la que ahora vivía, y también de la felicidad anterior a la que tanto añoraba.

 “El miedo no existe, lo inventamos nosotros”. Le decía su abuelo, por las noches, a la hora de los cuentos. “Cuando tengas miedo extiende tus alas y vuela, el miedo desaparecerá”. Y ella voló y fue feliz. ¿Cómo lo había olvidado? Se preguntó con tristeza.

Abrió sus alas, llevaba tanto tiempo sin usarlas. Aleteó por unos segundos y luego se elevó lentamente sobre los tejados, sobre los árboles, sobre las montañas. De niña le gustaba llegar hasta las nubes de algodón, jugar con ellas a inventar un mundo que solo era suyo… Los vientos favorables le permitieron planear sin resistencia. Se sintió cómoda, atisbó un resquicio de luz. Ahora sólo quedaba esperar, sí, esperar a que él, el destino, decidiera iniciar con ella una nueva partida. Al menos de una cosa estaba segura. No se convertiría en estatua de sal. No iba a mirar atrás.

Manuela Maciá

  


miércoles, 28 de abril de 2021

 


LAS NOCHES

Están esas noches que solo la inquietud de los sueños rotos

me acompaña, algunas es el fracaso de un secreto, el espejismo

de un deseo, o una dormida esperanza que quizás nunca despierte.

Un ramillete de flores secas descansa en un jarrón, mastico

el viejo silencio del olvido, y saboreo lo amargo de un amor abandonado

en la cuneta.

          Las eternas preguntas sin respuesta machacan, como un

tambor, en medio de la noche ¿Quién soy? ¿A dónde voy?

La madrugada se aleja, amanece, y con ella mi resistencia a cerrar

ventanas, a no hay billetes para el viaje.

 Manuela Maciá


viernes, 23 de abril de 2021

 DESEAR SER OTRA, PARA NO SER YO

Ahora no caen hojas, están firmes en las ramas, es primavera. Llueven molinillos blancos y cuando sopla más fuerte la brisa, se alborotan como si despertaran de un sueño. Hoy no lloverá, tal vez mañana. El puente colgante se balancea. El río pasa y pasa sin detenerse, como la vida. La pequeña noria también gira una y otra vez.

Al otro lado del río veo a una mujer sentada en un banco. Lleva unas gafas oscuras y no puedo saber si está con los ojos cerrados o abiertos. Podría imaginar que sueña. Podría imaginar incluso que soy yo. ¿Qué me impediría vivir su vida, tomarla prestada, robársela?

Sí, tomarla prestada hasta saber si me gusta y si así fuese quizás se la quitaría para siempre. Dejar aparcada la mía y vivir la de ella. Salir de mi tiempo para entrar en el suyo. Un tiempo de ella y no mío. ¿Es igual el tiempo de los demás al nuestro? Sin duda hay matices que lo diferencian.

¿La vida de los otros es mejor que la nuestra, más deseable de ser vivida? Si miro hacia atrás muchos tramos de mi vida no los reconozco, otros preferiría no haberlos vivido para no verme en el trance de tener que recordarlos. A ella puede que le pase lo mismo aunque eso para mí carece de importancia. Yo lo que pretendo es ser ella y de esa manera dejar de ser yo. Descatalogarme. ¿De qué sirve un pasado molesto que constantemente te nubla el presente? Siendo ella mi pasado no sería el mismo. Desaparecería la inquietud, la tristeza, la pena, el dolor... Pulir hasta erradicar la niebla.

          Los minutos pasan y ella sigue ahí, mira el río, contempla la representación del viento en las hojas, en esos molinillos blancos que revolotean, escucha los pájaros, huele la hierba, el agua que humedece las orillas. Ahora acaricia su mano posada sobre la otra…

          Decido ser ella sin más demora. Me acerco despacio para no alertarla. Podría no estar dispuesta a la usurpación, defenderse, huir ante mi amenaza. Ella no se ha pronunciado, no ha dicho no quiero ser quien soy. Yo soy el invasor y si me descubre tal vez no me permita devorarla. Su estar es sereno, diría que hasta complaciente. Es como si no deseara más. Como si pertenecer a este entorno mágico la hiciera muy feliz.

La envidio. Es posible que ella esté libre de añoranzas, de deseos rotos y hasta ha traspasado el umbral que yo persigo. Si así es, ser ella me evitará seguir la búsqueda, con invadirla será suficiente.

          El crujido de una rama seca se escucha bajo mis pisadas. Debo ser cuidadosa. Si duerme mejor no despertarla, así será más fácil entrar en ella, para hacerme dueña de su ser.

¿Debería pedirle permiso? Perdona, quiero ser tú porque ya no soporto mi yo. Y si me pregunta cómo soy, ¿qué responderle? Que he descubierto que sé muy poco de mí, que me siento extraña, distante, y no me comprendo. ¿Y si le explicara que soy algo así como una caja vacía? Para luego añadir que tengo un calendario de preguntas sin respuesta que me hacen saborear el fruto del fracaso. No he sabido transcurrir por los caminos adecuados, no he sentado nunca las bases de una identidad que me defina. Mi vida es como una madeja enredada en la que no encuentro el principio ni el fin. Por eso quiero abandonar la nave.

Si se compadeciera de mí y se estregara sin resistencia. Pero, ¿por qué habría de hacerlo? No todo el mundo está dispuesto a renunciar a quien es. Solo los fracasados renuncian, los cobardes.

          A mí me acucia el hambre del alma. Veo próximo el pozo de la desidia y por eso quiero luchar, para no caer en él. Confesarle que la única solución que he encontrado hasta ahora es ocupar su yo, no me dignifica. Debería abrazarme a la humildad y reconocer todas mis carencias.

De un tiempo a esta parte mis pensamientos transitan por una misma vereda: la queja. Se multiplican esas quejas como una letanía. La realidad duele tanto que solo me apremia el deseo de abandonar mi cuerpo. Por eso quiero ser otra.

Ella levanta la cabeza. ¡Vamos, actúa rápido! Se quita las gafas, me mira, sonríe… ¡La reconozco, pero… soy yo, ya soy ella! Su voz, cuando me habla, es serena, pausada. “Aún no te has acostumbrado al cambio, todavía no eres capaz de reconocer que habitas otro destino, con nuevos Universos. Me pongo las gafas y miro al cielo. Definitivamente se está bien en este banco, contemplando esta explosión la naturaleza. Al menos hoy lo he conseguido.

Manuela Maciá


viernes, 16 de abril de 2021

ME PREGUNTO


 

Me pregunto, sentada frente al mar, mientras contemplo cómo el sol desciende, si ante tanta belleza debo hablar de soledad, o de esa sensación de abandono que se impone y me acosa y escarba en mi interior. Me acompañan algunos gorriones que se posan sobre las sillas de resina, también vuelan cercanos estorninos ¿o son pequeñas golondrinas de tórax blanco y suave? Las gaviotas graznan y dibujan horizonte.

Escucho una música lejana, y me pregunto si alguien baila. Y entonces me acuerdo que no recuerdo mi último baile. Escucho el agua, el jardinero riega el césped y me pregunto qué siente, qué desea, con quién sueña. Una gaviota se posa en la playa, juguetea con las algas. Los barcos anclados chapotean en el agua, sus mástiles se balancean, las sombrillas hawaianas se han quedado solas, nadie se cobija en ellas.

Cierro los ojos, el sol me deslumbra, veo sombras caprichosas, luces de colores. Me abraza el silencio, la paz. Dos centímetros para rozar la montaña y desaparecerá, cada vez más rojo más intenso. Me pregunto si debo preguntarme qué hago aquí, o si debo responderme… o si debería deletrear una oración de agradecimiento que borre la tristeza, una tristeza que yo genero desde dentro y que tal vez sea mentira. Me pregunto cuantas veces nos mentimos para buscar consuelo.

 Manuela Maciá

viernes, 9 de abril de 2021

 

EDITORIAL, LC EDICIONES

En situaciones como esta, lo que más deseas es decir lo que piensas

o levantarte, abrir la puerta y salir. Pero ante mi hay una puerta infranqueable

y decir lo que pienso no es lo más conveniente, pues lo único

que lograría es que regresáramos a un clima que no me siento capaz

de soportar. Me repito constantemente que mantener la cordura, recurriendo

al análisis y la reflexión, es la mejor manera de no salirse de las

coordenadas, de sostener cierto equilibrio. No obstante, en ese preciso

momento, amiga mía, no me apetece ser lógica ni coherente, ni conservar

el equilibrio y aún menos ser prudente. Esa velada insinuación de

que tal vez sigamos allí mucho tiempo altera mi ánimo, así que, guardo

el calendario y cierro el bolso dispuesta a decir muchas cosas de las que

más tarde, sin duda, me arrepentiré.



 

Mientras el sauce llora por mí yo río bajo sus ramas. Sus estrechas hojas me acarician mecidas por el viento y los rayos de sol, cálidos y juguetones, picotean mi cara de sonrisa abierta. Es un placer estar aquí, le digo al sauce, bajo tu sombra, sombra a la que he visto crecer, a la que ya amaba cuando solo era sueño. Te amo sauce porque ensanchas tu tronco y alargas tus ramas y me ofreces el regalo de tu vida. Tronco que un día entregué a la tierra para que tus raíces se alimentaran de ella. Ramas a las que mimo y desenredo con el peine de mis dedos, entre nidos de hojas frescas, tiernas, como la piel de un niño a quien abrazas con dulzura, para no herirle de los duros golpes de la vida. 

miércoles, 7 de abril de 2021




Me convertiré en canción y me cantarán, me convertiré en estrofa repetida y me seguirán cantando, enviaré un mensaje y bailaré, elegiré el ritmo del olvido, de la dicha por la dicha. La música vendrá conmigo, se unirá a mí que seré canción, ella dibujará las flores, los colores, dará luz a las esquinas y yo seré canción, la música anunciará los días y con su melodía llegaré lejos porque yo seré canción.