lunes, 24 de mayo de 2021


 COSAS QUE PASAN Y NO LAS ESPERAS


            Yo no tenía que estar aquí, en esta habitación de un hotel de cinco estrellas, tendida en una cama de dos por dos, desnuda bajo las sábanas y con un hombre que, de un momento a otro, empezará a besarme. Lo hará en cuanto bebamos un poco de champán de las copas que mantenemos en nuestras manos y que acabamos de chocar con un chin chin lleno de mensajes insinuantes y lascivos.

            A estas horas yo tendría que estar en mi casa, echada en el sofá, con un tedioso pijama y ante el televisor. A mí estas cosas sólo me sucedían en los sueños. Esos que una se atreve a proyectar, a imaginar desde la tranquilidad de no correr el menor peligro. Pero esto no es lo mismo, aquí tiemblo y me tambaleo como si caminara de puntillas sobre una estrecha tabla, y a ambos lados el abismo.

            El otro día salía del supermercado y en vez de tomar el camino de regreso a mi casa por la izquierda, como es mi costumbre, sin darme cuenta tomé el de la derecha. En ese momento me tropecé con Marina. Una amiga de la infancia a la que hacía mucho tiempo que no veía. Ella es pintora, una buena pintora y siempre anda muy ocupada, su mundo es otro muy diferente al mío. Después de preguntarnos por la familia, lo hice por sus cuadros. Entonces me dijo que casi podía decir que vivía de ellos. Precisamente mañana me voy a un encuentro de artistas donde expongo mis últimos trabajos, dijo, y entonces añadió ¿por qué no te vienes conmigo?, seguro que te lo pasarás muy bien, La miré sorprendida. ¿Qué pintaba yo en un encuentro de artistas cuando ni tan siquiera sé hacer un dibujo decente? Te lo digo muy en serio, insistió ante mi cara de asombro, hace tanto tiempo que no pasamos un rato juntas. Me gustaría recordar nuestra infancia, hablar de aquellos tiempos… Mañana a las ocho te recojo en tu casa, calcula equipaje para tres o cuatro días, nunca se sabe.

            A las ocho en punto estaba en la puerta de mi casa esperándola, sorprendida de mi misma. Y la verdad sigo sin salir de mi asombro. Este hombre que tengo tan cerca y que ahora acaricia mi piel como si tuviera que hacer un relato de ella, es mucho más joven que yo y tremendamente atractivo. Y aunque no he dejado de repetirme ni un solo segundo, que en él solo hay el sentimiento de una aventura pasajera. Sigo pasmada por el hecho de que me haya elegido a mí... Sin duda un psicólogo valoraría esto como nula autoestima.

Desde hace algún tiempo mi vida amorosa se alimenta de la fantasía y la imaginación libre. Me parapeté tras las trincheras después de sufrir numerosos ataques de los que no supe defenderme. Esta es una actitud que decidimos muchas mujeres, cuando llega ese tramo de nuestra vida en el que nos convertimos en invisibles. Invisible igual a indiferencia absoluta por parte del hombre que tienes frente a ti.

            Cuando Marina me presentó a Álvaro, como es natural, yo me lancé a dar ese par de besos rutinario que en realidad no llega a ser beso, pues lo que haces es juntar ambas mejillas y para eso te ves obligada a estirar mucho el cuello en un gesto que acaba siendo forzado. La sorpresa para mí fue que él sí me besó y al sentir sus labios cálidos sobre mi piel de pronto me invadió un olvidado escalofrío. Dentro de mí cientos de caballos, dormidos, comenzaron a galopar por cada palmo de mi piel. Y ahí siguen a su libre albedrio, sin que por mi parte haya la más mínima intención de tirar de las riendas para detenerlos.

            Álvaro es escultor, bueno también pinta, pero ahora quiere vivir la faceta de la escultura. Según me ha explicado le provoca sensaciones y emociones nuevas el crear las formas, sus manos gozan cuando van al encuentro de la perfección del cuerpo. Y todo esto me lo dice mientras acaricia el mío y me susurra que hay algo en mí que no ha visto en otras mujeres hasta ahora. Y yo no dudo de que lo sienta así, ¿por qué habría de hacerlo? En realidad las cosas adquieren un punto de verdad si una se las cree y en estos momentos yo estoy dispuesta a creerme cuanto me diga.

Manuela Maciá

 

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