sábado, 1 de mayo de 2021


 

SIN MIRAR ATRÁS

          Su historia era como otras muchas historias de abandono. Por ello mirar o no mirar atrás, como la mujer de Lot, la hostigaba con esa urgencia estridente de sirena que vaticina dolor. La mujer que habitaba dentro de ella se había roto. Sus pedazos, esparcidos sobre un radio de incertidumbre, sollozaban. Desprenderse del pasado, para siempre, era un acto que aún no sabía cómo ejecutar.

            Cuando sientes que se han perdido todas las oportunidades, que no hay opción de cambio. Lo más fácil es abandonarse a la creencia de que el destino nos protege y es nuestro único refugio, la cuerda a la que nos agarramos cuando todo tiembla. Sin embargo, sumergida en esa oscuridad, surgieron resquicios de esperanza que le regaló el tiempo. Y hasta fue capaz de soñar que podía retomar el pasado. No fue así.

            Y llegó ese día en el que tuvo conciencia de su estupidez. Comprendió que él, el destino, era el director de la incertidumbre en la que ahora vivía, y también de la felicidad anterior a la que tanto añoraba.

 “El miedo no existe, lo inventamos nosotros”. Le decía su abuelo, por las noches, a la hora de los cuentos. “Cuando tengas miedo extiende tus alas y vuela, el miedo desaparecerá”. Y ella voló y fue feliz. ¿Cómo lo había olvidado? Se preguntó con tristeza.

Abrió sus alas, llevaba tanto tiempo sin usarlas. Aleteó por unos segundos y luego se elevó lentamente sobre los tejados, sobre los árboles, sobre las montañas. De niña le gustaba llegar hasta las nubes de algodón, jugar con ellas a inventar un mundo que solo era suyo… Los vientos favorables le permitieron planear sin resistencia. Se sintió cómoda, atisbó un resquicio de luz. Ahora sólo quedaba esperar, sí, esperar a que él, el destino, decidiera iniciar con ella una nueva partida. Al menos de una cosa estaba segura. No se convertiría en estatua de sal. No iba a mirar atrás.

Manuela Maciá

  


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