Detrás de las cosas o con las cosas mismas
siempre hay un latido de geometría que domina.
Es el atrayente jugo del destino.
Un sabor de arquitectura que proyecta,
que se bebe con los ojos cerrados.
Elixir de sensaciones donde explosiona la dicha.
Y así el cuerpo se expande y cristaliza.
Mil pedazos transitan, construyen puertos salvajes de resurrección.
Quedarse en el instante cúspide del abrazo.
Allí, en lo más alto, dónde nada desciende,
con ese vértigo paraíso del que no deseas regresar.
Aprender a atrapar la embriaguez del estallido,
tatuarlo con el aliento que sale de dentro de la boca.
Soñar eternidad sin vacío, sin estanterías de archivo.
Despacio, despacio, no corras
gritan voces a lo lejos.
Ecos que nacen donde la sensualidad se derrama
como la lava del volcán que se alarga por sus laderas.
Un escalofrío arde indefinido
se columpia en la frivolidad de lo impensable,
ausente de la responsabilidad de lo perfecto...
La propuesta inesperada de la vida...
Manuela Maciá