El inquieto bolígrafo rodó por el suelo,
descuidado había caído de la mano que lo sostuvo,
como si ésta, de pronto, lo hubiese olvidado.
Una mano de dedos largos, huesudos, delicados,
que lo apretó impaciente por escribir la cadena
de palabras que se fueron imprimiendo en el papel.
Un papel que de ser blanco e inmaculado se
convirtió en portador de un secreto.
El secreto que había mantenido guardado la mente,
dueña de la mano que sostuvo el bolígrafo
que ahora rodaba por la escalera,
movido por la inercia.
La pereza al fin lo detuvo, y allí quedó,
en el descansillo del olvido,
quizás a la espera de un nuevo secreto por contar.
Manuela Maciá
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