Me pregunto, sentada frente
al mar, mientras contemplo cómo el sol desciende, si ante tanta belleza debo hablar
de soledad, o de esa sensación de abandono que se impone y me acosa y escarba
en mi interior. Me acompañan algunos gorriones que se posan sobre las sillas de
resina, también vuelan cercanos estorninos ¿o son pequeñas golondrinas de tórax
blanco y suave? Las gaviotas graznan y dibujan horizonte.
Escucho una música
lejana, y me pregunto si alguien baila. Y entonces me acuerdo que no recuerdo
mi último baile. Escucho el agua, el jardinero riega el césped y me pregunto qué
siente, qué desea, con quién sueña. Una gaviota se posa en la playa, juguetea
con las algas. Los barcos anclados chapotean en el agua, sus mástiles se
balancean, las sombrillas hawaianas se han quedado solas, nadie se cobija en
ellas.
Cierro los ojos, el sol me deslumbra, veo sombras caprichosas, luces de colores. Me abraza el silencio, la paz. Dos centímetros para rozar la montaña y desaparecerá, cada vez más rojo más intenso. Me pregunto si debo preguntarme qué hago aquí, o si debo responderme… o si debería deletrear una oración de agradecimiento que borre la tristeza, una tristeza que yo genero desde dentro y que tal vez sea mentira. Me pregunto cuantas veces nos mentimos para buscar consuelo.
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