
ROSA, ESPIGA, PUÑAL DE FUEGO
Desde que las palabras salieron de su nada
y aplicaron sus ecos a las cosas,
las cosas les pertenecieron
como el ritmo a la música.
La niebla que arañaba las horas y los días,
que encerraba fantasmas en sus muros,
tomó la claridad del alba
y rompió los silencios.
Y vibró la palabra en la sonata del mundo,
y se prendió de acordes diferentes.
Ató la luz al pensamiento
y el hombre la hizo suya.
El lenguaje se alzó hasta los ojos y las sienes,
encadenó a sus ecos las ideas,
y volvió el mundo más abierto,
pintado en los vocablos.
Crecieron en su árbol las ramas del lenguaje,
crecieron en su savia al infinito;
su exacto poder, tan inmenso,
era ya irrebatible.
Y se alzó la palabra como un arco de triunfo
sobre todos los vientos de la tierra:
rosa, espiga, puñal de fuego,
verdad o astuta Circe.
La palabra, en su arbitrio, nos salva y nos condena.
Rafaela Lillo